Tuve la oportunidad de visitar al monstruo – la enérgica e intimidatoria ciudad de México- lugar donde hace algunas décadas nací, pero de la que me he distanciado, más en espíritu que físicamente. No sé si sea por ello que, cada vez, la encuentro más deshumanizada, más indiferente, a pesar de ello no me deja de sorprender, para bien y para mal. Intenté, tanto como pude, mirarla con ojos frescos y vi tantas historias ocurriendo, dando forma a un bordado enorme que sólo parece un entramado sin forma, caótico y sin sentido.
En medio de todo eso, observe como dos amantes, se disponían a expresar abiertamente sus sentimientos, a pesar de saber que la mirada inquisidora de quienes ostentan un halo postizo de divinidad, se cernía aplastante sobre ellas, y escuché como consideraban huir a lugares donde su amor no fuese condenado. Vi la vulnerabilidad y el cansancio en los ojos de quien se supone debe mantenerse firme no sólo para ejercer su oficio sino para soportar el progresivo deterioro de la imagen de su gremio. Capté en mi mente la mirada extraviada de una atractiva joven que lo mismo pensaba en todo y en nada.
Historias de estas fueron y vinieron, se pasearon libremente, sin darse la oportunidad, siquiera, de encontrarse una con la otra…